lunes, 8 de octubre de 2012

Año de la fe. La fe se alimenta o muere.


Por  D. Diego Pérez Gondar, Capellán de FP del Colegio Montecastelo

Dice Benedicto XVI: “En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡no es posible que la vida sea así! Verdaderamente no” (Homilía, 21-VIII-2005). Creo que todos somos conscientes del problema.



Conocedor de la situación que atraviesa occidente, el Papa ha convocado un año de la fe. Hay que empezar una nueva evangelización, redescubriendo nuestra fe. Todo cristiano debe plantearse una profunda conversión a Dios. Todos debemos revisar el estado de las raíces que nos suministran la savia imprescindible para la vida.

A los 50 años del Concilio Vaticano II y a los 20 de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, el Papa nos convoca a un año de oración, estudio y reflexión de nuestras raíces cristianas. Sólo un cambio en los que nos decimos ser discípulos de Cristo, puede arreglar esta sociedad nuestra tan malograda.

Será un año de gracia, con muchas posibilidades de obtener gracias especiales a través de indulgencias que la Iglesia facilitará. Sin embargo, nada se hace sin esfuerzo, sin trabajo. Todos necesitamos a alguien que nos sugiera el modo concreto de vivir este año especial. Algunas ideas: leer el Nuevo Testamento (lo podemos leer entero dedicando 5 min diarios, robados a la tele o a internet, durante 8 meses), estudiar el compendio del Catecismo, participar en reuniones dónde se explique de un modo ordenado nuestra fe, participar en retiros, etc… Pero lo más importante es buscar y encontrar a Dios en nuestra vida ordinaria.
 
 Todos estamos muchísimo tiempo a solas con nosotros mismos. Por muy acompañados que estemos, por muchas que sean las personas con las que nos cruzamos o convivimos a diario, la realidad es que pasamos mucho tiempo a solas con nosotros mismo. Esto puede suceder en un desplazamiento, durante un trabajo concreto, durante una espera, etc. En muchos de esos instantes estamos recordando algo, decidiendo algo futuro, imaginando situaciones o deseando algún bien o temiendo algún mal. Muchos de esos pensamientos están motivados o modulados por los impactos que recibimos en nuestro entorno. En la sociedad actual estamos siendo acribillados por mensajes inconexos que buscan distinto tipo de fines. Desgraciadamente, muchas veces,  tendemos a un monólogo interior que nos tensiona. Para los que tenemos fe no debería caber ese monólogo solitario, aunque muchas veces inevitable.


En ese mundo interior único, que defendemos de agresiones exteriores y que podríamos llamar intimidad, se sitúa nuestro yo más profundo. Ahí Dios nos espera y espera que le sorprendamos con nuestro modo único de amarle y de relacionarnos con Él.

Todo bautizado está capacitado para mantener un diálogo continuado con su Creador y Redentor. Ese diálogo está dificultado por muchos elementos, por ese motivo debemos esforzarnos por alimentarlo y pedirle a Dios que nos lo regale. Fomentar en nosotros el deseo de vivir en presencia de Dios, luchando por mantener un diálogo lleno de confianza con nuestro Padre Dios, con Cristo Redentor y con el Espíritu Santo santificador, debería ser un objetivo prioritario en nuestra vida. Y esto no solo por la implicación inmediata en nuestro progreso espiritual, sino por las consecuencias prácticas que se derivan de esa cercanía: alegría y paz; conversión y penitencia; gracia y consuelo; firmeza en y fidelidad a los compromisos adquiridos y fortaleza para superar las dificultades del presente concreto.

Para tener presencia de Dios hay que buscarse trucos: cosas que nos recuerden esas realidades últimas y profundas de nuestra existencia y que dan sentido a lo que hacemos. Una costumbre maravillosa y recomendada por los santos: ofrecer a Dios cada tarea que realizamos por una intención apostólica. Otro modo es dar gracias continuamente por todo o renovar nuestro amor a Dios pidiéndole perdón por las pequeñas faltas cometidas o reconocerle como lo que es: Dios digno de alabanza y adoración.

En la piedad multisecular de la Iglesia han surgido frases sencillas, encendidas, muchas de ellas entresacadas de la Sagrada Escritura para dirigirnos a Dios. Hay muchos cristianos que las repiten en su interior, con o sin ruido de palabras, para fomentar ese diálogo con Dios. Ojalá nos acostumbremos a seguir este práctico y sencillo camino de vida interior y de trato con Dios en nuestra vida cotidiana.

Cuando uno vive en presencia de Dios procura actuar con coherencia siguiendo los dictados de su conciencia. Además, procura que su conciencia esté bien formada. Por eso, una de las manifestaciones inmediatas de vivir de esta manera es que uno duerme mejor. Ya lo decía un naturalista británico (John Ray): La buena conciencia sirve de buena almohada. Otra consecuencia de vivir sintiendo esa cercanía de Dios queda muy bien reflejada por el pensamiento de Alexander Solzenytsin: Quienes viven en armonía con su conciencia muestran siempre un semblante atractivo. ¡Qué necesario es esto para nuestro mundo contemporáneo tan falto de esperanza y optimismo! Pero, ¡ojo!, para vivir así hay que estar dispuesto a ir contracorriente y a pensar como Cicerón, que decía: Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo.

No hay comentarios: